jueves, 13 de febrero de 2014

Res non verba


El discurso es importante. Fija conceptos, objetivos, estrategias y valoraciones. De acuerdo.
Pero si el discurso no coincide con los actos, si no refleja los hechos entonces se convierte en engaño –en el peor escenario, que no quiero creer que sea éste- o en palabrería alpedística (observen mi dominio de la casuística y sus definiciones).
Res non verba; hechos no palabras es lo necesario. (Las vacas no hablan, traducía un amigo mío la sentencia latina).
Y resulta que escuché a Cristina el otro día hablarnos sobre la desestabilización financiera y el golpe de mercado que hizo volar el dólar según esa interpretación.
Lo impactante no es que se le diera valor a una declaración de Miguel Bein, economista que (como todos los economistas) es una máquina de hacer predicciones, interpretaciones y afirmaciones que la realidad desmiente cada vez (vean mi serie “los gurúes pifiadores” y los encontrarán hablando pavadas año tras año, incluido Bein por supuesto).
Lo impactante es que si fue así y hubo tal desestabilización lo primero que uno debe preguntarse es: ¿Qué corno hicieron entonces para enfrentar al golpe?
Y yo se los puedo responder: no hicieron un corno. Invito a leer mi serie reciente “Da dolor el dólar, infla la inflación” para no repetirme.
Y convengamos que no sirve de nada desarrollar el discurso si luego no se hace un pomo. Estaríamos como Urquiza en Pavón, tenemos todo para ganar el enfrentamiento pero nos rajamos del campo de batalla en el momento cúlmine.
La triste realidad, tal como expuse en la serie citada, es que el culpable es la víctima; fue el gobierno quien dispuso el reajuste brusco de la paridad, cosa tan evidente que todos los días leo panegíricos de la justeza estratégica de esa medida por variados comentaristas, como Ferrer, Delatorre, etc. y fue apreciada como justa y conveniente por Capitanich y Kisilof .
Desde luego no comparto los panegíricos; a los de a pie nos rompieron el culo naltra volta. Y no sólo por el impacto en los precios (que ya sé que no corresponde, o no tanto, pero lo difícil es convencer de eso a los formadores de precios y ¿saben que? No están nada convencidos). No sólo por eso, sino porque resulta que ahora nos encontramos conque los reaccionarios y los ortodoxos al parecer tendrían razón, pues se la pasaban hablando del atraso del dólar ¡y los que decían que no… devaluaron!
Y resulta que desde hace mas de 2 meses el BCRA con Fábrega. está retirando circulante, disminuyendo la base monetaria ¡cosa que pedían los reaccionarios y los ortodoxos como mágica medida antiinflacionaria! (de donde deducimos que por todo lo dicho Capitanich, Kisilof y Fábrega como mínimo no hicieron nada frente a la supuesta desestabilización y como máximo ¡Hicieron todo lo que los reaccionarios y neoliberales y ortodoxos planteaban!
Sólo por lo dicho se habrían hecho acreedores a unas reverendas patadas en el orto y posterior raje y reemplazo.
Pero esperen, faltan unas cuantas patadas en la contabilidad:
Los precios cuidados
Créanme que estoy muy sorprendido con este tema. Parece que nunca existió una política de manejo de precios, acuerdos con fabricantes y expendedores, listados acordados de productos y seguimiento del tema desde el Estado.
En este preciso momento en 6, 7, 8 (que puso mi señora, yo no lo soporto hace tiempo) un tal Alejandro Rofman economista y el “filósofo” del plantel, un joven de cuyo nombre prefiero no acordarme (parodiando a Cervantes) discursean afirmando que nunca había habido un acuerdo, un concordato con los proveedores para un listado de productos y tampoco un índice de inflación o IPC creíble hasta ahora .
Y todos, en todos lados, todo el tiempo hablan sobre los Precios Cuidados y la aplicación para Android y las denuncias de clientes atendidas por Cristina y…
Carajo, ¡yo creía que el sistema estaba vigente hace 7 años!
Pero nadie hablaba, ni hacían seguimientos, ni se meaban de genuflexión como ante los facedores de este entuerto. Y como yo estoy seguro que eso existía, que lo trataba la Secretaría de Comercio y que había listas, y que el INDEC confeccionaba índices correctos (aunque restringidos a Capital y alrededores, como siempre fue) y entonces debo suponer que en esto también siempre me engañaron y me sentiría tonto si no fuera que sé que no es así.
Y entonces tomé la lista de Carrefour al Norte del último acuerdo con Moreno en el 2013 (juro que existen, la lista y Moreno) y la comparé con los “Precios Cuidados” para la zona de Cuyo y Litoral que ¡por fin! aparecieron en la página.
Fui comparando los productos en una y otra lista y separando aquellos que coincidían exactamente o casi (producto, marca, cantidad, etc). Encontré así 27 productos comparables (hay muy pocas coincidencias, la lista de Moreno era más para crotos, la de Costa es más para mediopelitos)
Con esos productos elaboré un cuadro comparativo. Helo aquí
Cliquead sobre él y lo veréis mejor
Como pueden ver en promedio aritmético los Precios Cuidados resultan ser ¡26 % más elevados que los Precios Descuidados!
Carajo, ¡o me mintieron antes, o me mintieron ahora, o me mintieron antes y ahora!
Así que concluyamos: yo creía en esto, yo creo en esto, yo quiero creer en esto, porque sé muy bien quienes son los otros.
Pero a mí no me vengan con palabras, todas muy lindas, muy valientes, muy progres, si después no hacen lo pertinente o peor aún hacen lo impertinente.

Resumiendo: RES NON VERBA

lunes, 10 de febrero de 2014

Intringuli chingulis

Yo nunca coincidí demasiado con Aliverti. Pero en un momento como éste, donde los poderosos (siempre reaccionarios) y muchos reaccionarios mediopelos (siempre idiotas) anuncian la debacle inminente, y mientras muchos que apoyan el modelo se alborozan (como idiotas) porque todo está rebien y cuidan los precios aumentados, en un momento como este es bueno escuchar un análisis con el cual uno coincide en grandes líneas (para no sentirse siempre idiota).Y sólo en grandes líneas, que si entro a hilar fino no coincido ni con éste.
Así que por si les sirve y no lo vieron aquí lo reproduzco.

La dimensión del peligro
Por Eduardo Aliverti


Qué tiempos aquéllos, cuando los veranos eran tranquilos. A éste todavía le falta un buen trecho para terminar, pero ya puede ubicárselo en el top ten de los más... ¿qué? ¿De los más qué?

La invitación a identificar el término justo –o algo aproximado– debería extenderse al estado de ánimo presuntamente general. Es decir, como si la sensación de ese no sé qué fuese en todo el país, no sólo en Buenos Aires, porque uno recorre las ciudades y los pueblos del interior, lee las portadas de los diarios de cada lugar y se mete en los sitios y en los foros, y conoce a mucha gente de ahí, y la verdad es que no se refleja este clima del no sé qué que inunda a nosotros, los porteños. Y/o a los medios de comunicación que están y salen de acá. La verdad es que no, pero vamos a hacer que sí. ¿Qué es el no sé qué? ¿Incertidumbre? ¿Inquietud? ¿Preocupación? ¿Alarma? ¿Miedo? ¿Olor a caos? ¿A caos inminente? Aun cuando no se cuente con la información puntual necesaria, nadie está exento de la responsabilidad de preguntarse cuánto hay de lo que pasa y cuánto de lo que algunos nos dicen que pasa. Perdón, si cabe, por esta dialéctica perogrullesca, pero es que a veces resulta importante caer en lugares que no por comunes dejan de ser necesarios. ¿Alguien puede creer o sentir, seriamente, que este no sé qué se parece o es igual a 2001, o al final del gobierno de Alfonsín, o a la etapa inmediatamente previa a que el tándem de Menem y Cavallo personificara la fantasía del uno a uno con el dólar? ¿Alguien puede creer o sentir eso, con honestidad intelectual o, sencillamente, desde la percepción de la propia calle? ¿Desde lo que se ve y no desde lo que se oye, que sigue estando lejísimos de lo que se escucha o de lo que se quiere escuchar?

De un tiempo a esta parte, el oficialismo comete errores que muchos de quienes defendemos a grandes rasgos este modelo relativizamos, en mayor o menor medida; no por haber dejado de citarlos, a los errores, a los temores, a los peligros, sino porque se interpretó e interpreta que esas macanas, y esos riesgos, quedan en un puesto (muy) secundario cuando se los compara con lo que podría ocurrir si esta experiencia concluye mal. En 2003, Argentina produjo, quizás, algo más que lo que Ricardo Forster denomina “anomalía”. Tal vez se suscitó derecho viejo una extravagancia latinoamericana, o bien –o mucho mejor– argentina. Un hombre, un matrimonio, que rompieron con los esquemas predecibles. Desde el peronismo, por supuesto, que es por donde pasa todo lo que pasa políticamente en este país. Por lo que resume ese movimiento o esa intuición social, para bien y para mal. El resto, ya se sabe y dijo tantas veces que hasta causa pudor repetirlo, acompaña. Comenta. Nada más que eso. Comenta. Por los motivos que fueren, el hombre o el matrimonio ese, como decíamos, rompieron los esquemas. Ya sabemos cuáles, también. La cuestión es que el hombre se muere antes de lo que debía y la mujer, que demostró ser la firme conductora de un espíritu rebelde claro que dentro de –a ver si nos entendemos– los marcos de un sistema capitalista, se queda sola al frente de una gestión que fue y es más una energía progresista, a edificar día a día, que un modelo sofisticado de izquierda o centroizquierda. Alcanzó y alcanza, siendo nuevamente redundantes, para que las mayorías vivan mejor o menos peor que lo acostumbrado. Apartando los efluvios de que siempre se debe estar más a la izquierda, así sea a costa de quedar a la derecha, de un lado estaban él, o él y ella, o viceversa, y ahora ella sola, mientras estemos de acuerdo en que hablamos de condiciones de liderazgo, y enfrente “el campo”, y sus agroexportadores, y sus rentistas, y algunos sectores de la industria y de los bancos extranjeros, y sus periodistas-publicistas de los medios independientes, y una corporación mediática en particular, y quienes reproducen como verdades de puño esa argamasa que bombardea más por donde puede y sabe que por donde completamente quisiera. ¿Por qué esto último? Porque, aun con todos sus yerros e improvisaciones, el Gobierno les plantó disputa y con grados de éxito apreciables. El partido militar ya no existía, pero se agregó la maciza inexistencia de opciones opositoras a presente y futuro, lo cual, a su vez, deviene de haber construido un piso de conquistas y reivindicaciones populares inéditos desde hace más de medio siglo. Eso lleva, en forma inevitable, a considerar que estamos hablando mucho más de política que de economía porque, si es por el macro de ésta, no hay ningún dato escalofriante que corrobore el horizonte dramático, y hasta terminal, expuesto por los operadores periodísticos. Y por los conocidos especialistas económicos que son consultados y propagandizados por aquéllos.

La cantidad de reservas monetarias es suficiente para aguantar corridas y ataques especulativos: de hecho, es lo que sucedió. La proporción de deuda en moneda extranjera sobre el total del PBI es bajísima. Otro tanto la dimensión del mercado ilegal de divisas, por fuera de la neurastenia que se rinde ante lo que cotiza el dólar “blue”. La inflación, ni qué hablar, podrá ser el doble de lo que reconoce el Gobierno, pero la vigencia de las paritarias surte a los trabajadores con empleo estable de una herramienta que les permite empatar, o perder por poco, en relación con su capacidad de consumo. Los verdaderamente jodidos son los laburantes informales, pero en torno de eso hay una malla de asistencialismo que viene arreglándoselas para evitar explosiones sociales. Y los jubilados de la mínima, que no nadan precisamente en la abundancia si es por la ecuación ingreso-costo de vida, son usufructuarios de la colaboración familiar gracias a una economía que se basa en la actividad del mercado interno. Sin contar, ya que estamos, a los dos millones y pico que pudieron jubilarse gracias a que el Gobierno habilitó poder hacerlo sin los años de aportes que sus empleadores les ningunearon, y hoy incorporados al consumo. Quitado o agregado lo que a cada quien se le antoje, ¿dónde está el dramatismo estructural que señalan y pronostican los gurúes de la city? En otros aspectos, en todo caso. En el déficit de distribución energética; en que falta sustituir importaciones, y más aún tras la devaluación; en que la estructura productiva, justamente, tiene serios problemas para resistir lo que el propio Gobierno naturalizó como necesidad o intereses de consumos. En que se debería avanzar, y no se avanza, con una mayor participación del Estado en el control del comercio exterior. De vuelta: hay que tener con qué en lo político; en la capacidad de convencer en torno de los riesgos y sacrificios que eso supone. Difícil desmentir que esto significa un nuevo paradigma convocatorio, una nueva utopía movilizadora en lugar –o muy por encima– de pirotecnias de alcance corto o un tanto berretas, como las de confiar en los vecinos para controlar los precios y las de “lanatear” por izquierda con afiches escracheadores de quienes los aumentan porque sí. Está bien, se entiende, son tácticas “energizantes”, es parte de la batalla cultural, de la construcción de sentido simbólico. Pero es chasquiboom. Puesto uno en roles ejecutivos, de todos modos, te quiero ver. Lo seguro es que no por eso debe dejar de señalárselo. Para eso estamos los comentaristas, los analistas, los intelectuales, y la llamada “gente común”, desde ya, mientras opine con algún fundamento que no sea la desorganización caótica de su pensar, el brulote fácil, el exabrupto histérico. O el facilismo anarco.

Lo cierto es que no hay un bloque hegemónico que sea destituyentemente orgánico. Esto es unas facciones del gran capital queriendo ganar más plata a costa de ajustar por abajo. Es angurria, no un proyecto de poder consolidado ni con expectativas sólidas de encarnarse en alguna figura indiscutible. Sí tienen una artillería potente para corroer y ganar pulseadas, como ocurrió con la devaluación. Le torcieron el brazo al Gobierno, símil 2008, pero eso no es ganar la contienda. Es toma y daca entre una administración populista no conservadora, para empezar a hablar, y unas tropas de la economía con fortaleza para desgastar sin construir. Más el dato nada menor –al contrario: diríase clave– de que las segundas no cuentan con sindicatos en condiciones de incendiar. Más otro: el kirchnerismo mantiene una base electoral muy alta para una gestión que lleva diez años, y el resto es una murga de competencia de egos, incapaz de asentar alguna zanahoria que no signifique volver a escenarios desastrosos. El oficialismo tiene el complicadísimo desafío de la sucesión de Cristina, pero la oposición lo emparda con sus tremendas carencias. En otras palabras, no hay nada que no esté en disputa. Nada. La noticia sigue siendo ésa. Expresa que las fuerzas enfrentadas conservan volumen de pelea, y no que hay una capaz de voltear a la otra así nomás. Es de un analfabetismo político asombroso sostener que algo puede de-salojarse sin que el vacío sea llenado por alguna variante. Quienes hablan de que se vive una etapa de transición poskirchnerista, ¿de qué demonios hablan si no pueden explicar ni ofertar de transición hacia qué? Desde la ingenuidad impotente del blanqueo de capitales y sus Cedin hasta el mamarracho que acaban de producir con el Fútbol para Todos, con ese disparate de querer separarse de la mujer para casarse con la suegra, la lista de errores gubernamentales es amplia. Pero estamos fritos si el centro del universo será pasado por esos pifies procedimentales, en vez de indagar si se mantiene o no la decisión de que el modelo continúe por carriles inclusivos, de mejor distribución de la riqueza, de resarcimientos sociales elementales. Hasta ahora, errores aparte, nada indica un giro a la derecha. Sí algún inquietante desgaste, sí falta de coordinación en las altas esferas, sí internas embrolladas, sí medidas que suenan improvisadas, pero no eso. Y eso es lo que distingue entre lo importante y las coyunturas.

El momento para preocuparse gravemente será aquel en que el kirchnerismo pudiera dejar de parecerse a sí mismo. No antes.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-239524-2014-02-10.html

PD: Alguno se preguntará porque intitulé "intrínguli chingúlis". He aquí la explicación: no tiene explicación. Pero quedó simpático ¿no?